En la Grecia antigua, las mujeres sabían que su vocación o su función en la vida las
situaba bajo el dominio de una diosa concreta, a la cual veneraban: las tejedoras necesitan el
patrocinio de Atenea; las jóvenes se hallan bajo la protección de Artemisa; las mujeres
casadas veneraban a Hera. Las mujeres rendían culto y presentaban ofrendas ante los altares
de las diosas cuya ayuda necesitaban. Las mujeres que daban a luz rezaban a Artemisa para
que les liberase del dolor; invitaban a Hestia a sus chimeneas para convertir sus casas en
hogares. Las diosas eran deidades poderosas, a las que se rendía homenaje con rituales,
veneración, ofertas y sacrificios. Las mujeres daban también a las diosas lo que les
correspondía, porque temían la cólera divina y el justo castigo si no lo hacían.
Dentro de las mujeres contemporáneas, las diosas existen como arquetipos y pueden
–como en la antigua Grecia- conseguir lo que les corresponde y reclamar potestad sobre sus
súbditos. Incluso sin saber a qué diosa está sometida, una mujer puede, no obstante,
“prestar” fidelidad a un arquetipo concreto durante un tiempo o durante toda su vida.
Por ejemplo, durante la adolescencia, una mujer puede haber estado completamente
loca por los chicos; puede que hay tenido relaciones sexuales tempranas y haber corrido el
riesgo de embarazos no deseados, sin saber que estaba bajo la influencia de Afrodita, diosa
del Amor, cuyo impulso hacia la unión y la procreación puede coger desprevenida a una joven
inmadura. O puede haber estado bajo la protección de Artemisa, que valoraba el celibato y
adoraba la vida natural, y que tal vez haya sido una joven loca por los caballos o una “girl
scout” de mochila. O quizá haya sido una joven Atenea, con la nariz metida siempre en un
libro o participando en un concurso de conocimientos, motivada por la diosa de la sabiduría
para obtener reconocimiento y buenas notas. O, desde que jugaba con sus primeras
muñecas, tal vez fuese una Deméter en ciernes, fantaseando sobre cuándo podría tener su
propio bebé. O quizá fuera como la doncella Perséfone cogiendo flores en el prado, una joven
sin metas definida a la espera de que algo o alguien la entusiasmen.
Todas las diosas son patrones potenciales en la psique de todas las mujeres, aunque
en cada mujer concreta algunos de estos patrones están activados (energetizados o
desarrollados) y otros no. La formación de los cristales fue una analogía de la que Jung se
sirvió para ayudar a explicar la diferencia entre patrones arquetípicos (que son universales) y
arquetipos activados (que están funcionando en nosotros); un arquetipo es como el patrón
invisible que determina la configuración y estructura que adoptará un cristal cuando se forma
(1). Una vez que el cristal cobra su forma realmente, el patrón ya reconocible es análogo al
arquetipo activado.
Los arquetipos pueden también ser comparados con los “códigos” contenidos en las
semillas. El crecimiento de las semillas depende de la clase de tierra y de las condiciones
climáticas, de la presencia o ausencia de ciertos nutrientes, del cuidado amoroso o de la
desatención por parte de los hortelanos, del tamaño y profundidad de las macetas, y de la
resistencia de la misma variedad de que se trate.
Del mismo modo, qué dioses o diosas (pueden estar presentes varios al mismo
tiempo) se activan en una determinada mujer, en un momento específico, depende del efecto
combinado de una pluralidad de elementos que interactúan entre sí: predisposición de la
mujer, familia y cultura, hormonas, otras personas, circunstancias no elegidas, actividades
escogidas y fases de la vida.
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